Don Ricardo Palma en su tradición que titula “El Puente de los pecadores” nos cuenta sobre el origen de la devoción a la Virgen del Carmen en el puente de Huaura lo siguiente:
“A principios del siglo XVII, y para comodidad de los que viajaban de Lima a la costa-abajo, (…) se construyó sobre el rió de Huaura un puente de un solo arco, el cual descansaba por un lado sobre unas peñas del cerro de Chacaca, que esta a la entrada de la villa, y por el opuesto en una enorme piedra cerca de Peralvillo. (…)
Que no debió ser obra muy sólida la del puente, lo prueba el que, en 1785, el subdelegado don Luis Martín de Mata, constructor también del río de Santa, emprendió repararlo con erogaciones pecuniarias de los agricultores del valle. El subdelegado llevó a buen término su empresa; más algunos vecinos, enemistados con la autoridad, se echaron a decir que la refacción estaba mal echa y que el puente amenazaba derrumbarse el mejor día.
A la cabeza del bando oposicionista y asustadizo estaba don Ignacio Fernández Estrada, hacendado influyente, quien obtuvo del Virrey licencia para construir un nuevo puente sin gravamen del Real Tesoro, pero concediéndosele durante treinta años el derecho de cobrar medio real de peaje a cada persona, y un Real por cada acémila.
Como era natural, todos prefirieron el pasaje gratis por el puente antiguo, y esto no hacia la cuenta al concesionario Fernández Estrada. Yo no sabré decir cómo se las compuso este caballero; pero lo positivo es que un domingo, antes de dar principio a la misa, leyó el cura a los feligreses un pliego arzobispal, por el cual su ilustrísima declaraba en pecado mortal a todo el que se arriesgase a pasar por el antiguo puente; pues con deliberada voluntad se ponía en flagrante peligro de muerte, o lo que es lo mismo, se colocaba con idéntica condición a la del suicida.
Si ello hubiera sido mandato gubernamental, de fijo que todos los vecinos se habrían confabulado para no traficar por el puente nuevo. Pero eso de comprometer, no la pelleja, sino la salvación eterna, era ya cantar distinto. “Que sufra el bolsillo y no sufra el alma”, dijeron a una los feligreses.
Y Fernández Estrada empezó desde ese día a hacer caldo gordo con los maravedíes que cobraba por derecho de peaje.
¡Ay del desventurado que se hubiera atrevido a poner la planta en el puente viejo o el puente excomulgado! Los muchachos lo habrían apedreado por mal cristiano y hereje y francmasón, (…)
Pero ¡fíese usted de puente favorecido con la bendición archiepiscopal!
En 1810, en momentos en que caballera en mula regresaba una india para el caserío de Végueta, antojósele al puente nuevo decir: “aquí di fin”, y se derrumbo con estrépito. La pasajera se encomendó a la Virgen del Carmen, y en vez de dar al río, se encontró sana y salva junto con su mula en la banda opuesta.
En memoria de la milagrosa salvación de la india se levanto en ese sitio una capillita dedicada a la Virgen del Carmen, y a la cual la devoción popular obsequia constantemente con cirios”